Eran la siete de la tarde cuando Gonzalo se bajó del taxi que lo traía desde el aeropuerto. Se parapetó en la calle con una valija en la mano derecha, un cigarrillo en la izquierda, y un libro en el bolsillo. Comenzó a caminar. Las calles estaban más grises de lo que recordaba, y sin embargo, se sentía más parte de ese lugar que nunca. Un aire frío se colaba por su abrigo y llegaba directo a sus piernas, pero pese a lo que se podría pensar, eso calmó el temblor de su cuerpo. No llevaba una cuadra recorrida cuando una rustica pero simple casa llamó su atención. Gonzalo se detuvo. Comenzó a llover. El portal de la casa era de un metal anaranjado y corroído. La gamuza de sus zapatos comenzó a humedecerse. Observó las imágenes que formaba el arte del herrero, seguramente de más de un siglo, mientras sus manos se secaban en los bolsillos. Condujo su mirada a la puerta de entrada. Era de madera pintada color nácar seguramente con la intención inocente y descuidada de ocultar el tiempo.
Mientras pensaba en eso, la luz del pórtico se encendió. Gonzalo hizo lo suyo con su cigarrillo. Luego sacó sus manos del abrigo y se aferró a la reja. Comenzó a respirar fuerte con la cara pegada al metal, como queriendo oler lo que pasaba dentro de la casa, pero el aroma de la tierra y el portón mojados llenaban todo cuanto su olfato alcanzaba. El cigarro, ya apagado con la lluvia, cayó de su boca, y un minuto después, él hizo lo mismo desmoronándose en la calle, y así permaneció, de rodillas frente a la casa, un buen rato. Comenzó a llorar. Una angustia empezó a llenar su cabeza, mientras bajaba lentamente las manos aún apretadas con fuerza a los fierros verticales, quiso mirar la lluvia caer. Alzó la vista para sorprenderse qué tan opaco podía ser el platinado cielo cuando todo ha desaparecido. Un calor lo llamó. Provenía de la casa, lo que lo lleno de un acogedor miedo. Se quitó el abrigo para que el frío lo protegiera y el agua lo resguardara. Pero no fue así. Gonzalo comenzó a llorar más fuerte, luego a gritar.
Cuando al fin el sollozo desesperado se detuvo pensó que quizás, esa podría ser su casa.
Fotografía: Recojo tus hojas secas suspirando por el pasado.
Julia Navarro, Estudiante de Lic. en Literatura. U. Alberto Hurtado. 2009.
http://baulensepia.blogspot.com/