Miré el espejo del taxi el cual fue tantas veces el compañero y oyente de esas pasiones ocultas por lo carnal de estas, que en el acto secreto, se volvían realidad.
Bajamos de nuestro celestino transporte para volver a tocar ese viejo timbre roñoso el cual su sonido ya me tenía arto. Al entrar, pude recordar cuantas veces trate de detener esa mentira, mientras el olor a desodorante ambiental barato me consumía la falsa sonrisa.
Habitación 8, la de siempre y nunca redundante habitación 8, ya que siempre te daba una nueva sorpresa, quizás una nueva mancha asquerosa entre las sabanas viejas, quizás un nuevo escrito mundano en aquellas infinitas paredes que no dejaban de guardar mensajes burdos de amor.
Me mira con la misma cara de siempre, siempre ilusoria, casi pidiendo a gritos un poco de cariño. No me extraña que nunca hubiese tenido el valor de terminar esto, y mientras contenía mis lágrimas, consumía los últimos besos de esta necrotica comedia.
-me siento mal –dijo ella mientras escondía sus ojos bajo su palma- creo que bebimos demasiado.
-no debe ser mas que tu impresión-respondió el sin poder poner mayor excusa-
-debe ser, ya que tomamos mucho menos que otras veces…
En efecto era cierto, cuantas veces no tomamos hasta no poder más, y al llegar el momento de desenfrenar nuestros instintos carnales, el alcohol parecía darle un tono sincero a estos.
Y ahí esta. Tirada en la cama, esa que nos alojó cada vez que la noche se agotaba y del cansancio, solo restaba dormir. Si, ahí esta ella, con esa cara que me producía incontenible lástima por todas las lagrimas que derramó cada vez que me contaba de su vida en la calle.
Cuanto no sufrí por amarla de la manera en que la amaba, cuantas veces mas que a mi propia esposa, a la cual juré ante mis hijos que jamás la cambiaría por otra, en ese momento lo sentía de corazón, con mis tontos paradigmas de hombre ejemplar, vez como el destino no solo te escupe en la cara si no que también se mofa de tus creencias.
Fue demasiadas ilusiones que le di a esta mujer y que también las creí posibles, es que ya no se quien soy, no intento justificarme, pero no aguanto llevar dos vidas, ella lo es todo para mi, quizás tanto como mis hijos.
Cuantas veces me contó de sus intentos de suicidios, por la pobre vida que llevaba y yo con mis estupidas palabras e ilusiones la retuve, ya no más, hay cosas que son justas aun sin su consentimiento, y en esta vida ya no hay forma de sacar esta relación adelante.
Creo que ya esta dormida, tierna pero profundamente dormida.
Recuerdo la primera vez que vi ese rostro, dormido, sobre mi pecho, pidiendo protección, como una niña desvalida en el cuerpo de una mujer, pero antes de que la nostalgia me detuviera, volví en mí, era la hora de concretar mi macabra solución. La droga en el trago ya hizo efecto…
Cuantas veces no le jure volverla loca rasgando el carmesí de sus labios con la pasión que hasta en esos momentos era incontrolable.
Pero todo fue mentira ya que ni a ella ni a mi pude ser leal y consecuente, nada de lo que creímos cierto fue verdad. Cuantas veces prometí sacarla del incierto destino que le esperaba día a día en las calles y que la preocupación en esas horas, llenaba mi cama, aun teniendo a mi mujer al lado, aun asi, me quitaban el sueño. Pero no, mentí, a ella y a mí, no pude, busque, pero no pude, mi cobardía para batallar por mi sentir ante el mundo fue aun mas grande de lo que pensaba.
Y ahí estaba su cuerpo, ya no decaído por la abrupta pasión de esas noches que ya solo parecían una incontinencia de pasión y locura, si no por la solución que creo, será la correcta.
Antes de tirarme en su regazo y sentir por ultima vez el olor de su cuerpo a su orgullo; malgastado, me di cuenta que esta vez su calor seria todo mío, y para siempre, ya ni por dinero ni deseos seria de otro ser que poco valorara su existencia, su ultimo calor seria mío.
Tanto en la sala de recepción como en todas las demás habitaciones reinó el silencio que nunca recorrió el motel debido a los constantes gemidos y risas, un silencio que fue el espectador de dos impactos de bala que retumbaron en el silencio y que coronaban al destino, como un excelente director.
Suena la primera nota de tu voz,
aquella que me asalta el alma
¿No la oyes?
escuchas como canta,
la delata la sonrisa sincera
que tanto estuvo el armario,
esa que mostró la primavera
en el cruce mágico primario
de dos temerosas miradas
que hace ya tanto
de confianza estaban privadas
por causa de aquellas dolorosas balas.
Recuerdas mis plegarias
fueron en dúo entre mi alma y mi carne
¿Quien te susurro primero?
¿Lo recuerdas?
Te lo pedí aquella tarde
fundidos entre pistas y araucarias
Cúrame, dame alas.
Dame aquello que me hace feliz,
lleguemos juntos mas allá de una noche,
más allá del grito adulto
que corre en sentido opuesto
¿Tienes susto?
Te quiero
Se que no
¿Puedo tomar tus manos?
Miro tus ojos…
Sé que si.
¿Puedo hacerte cómplice de mi secreto?
pero implica confidencialidad
así que no se lo digas a nadie,
existe un cuento llamado felicidad
el final
quiero escribirlo junto a ti.
El tren partió y yo sudaba, me derrumbé en el piso al abordarlo, y como Azócar, luego de darme alegorías para llorar por sus cuentos de nostalgia, ya había quedado en el librero después de dos relecturas, comencé a leer a P. Daco, Psicólogo que tendría la misión desde los sesenta de hacerme un omelet barato de la materia de la mente, y mientras saboreaba, miraba a mi alrededor tratando de comprender las teorías que empezaba a digerir. Menudo circo, la multitud indiferente cambiaba de forma en razón del avance en la lectura, las miradas indiferentes ya no me parecían tal, un sujeto durmiendo me hizo pensar en liberación de las punciones, y las manos inquietantes de la gente se movían y se tocaban interactuando libremente del cuerpo que las “controlaba” enseñándome tics. Al avanzar de una estación a otra el paisaje de carnes y telas cambiaba, y por cada estación la lectura iba disminuyendo, mi fijación en los demás me parecía enfermiza, y comencé a mirarme.
Era suficiente, al llegar a la próxima estación baje del tren sin saber donde estaba, tire a la basura a Daco y me encontré con lo que estuve buscando desde azocar, las notas metales necesarias para sentarme frente al teclado y empezar a escribir.